Cativo
(Para ir al primer capítulo, pincha AQUÍ o selecciónalo en el índice situado en la barra lateral derecha de la página)
Desperté en una celda, no muy distinta de esta en la que me
encuentro. Por supuesto, mi espada no se encontraba a mi lado, y tampoco llevaba
la ropa puesta. Noté unos ligeros cortes por todo mi cuerpo, seguramente
producidos por las garras de los Hantings al arrancarme mis vestiduras. Debí
temer por mi suerte y, sin embargo, a pesar de hallarme solo, lo que sentía era
vergüenza por mi desnudez. Me acurruqué en aquella celda durante horas, sin
poder dormir y sintiendo un hambre feroz. Cuando pensaba que mi alma iba, por
fin, a dejar mi cuerpo, escuché cómo un cerrojo se abría.
—No temas, pequeño —dijo una dulce voz femenina. La
oscuridad era tan grande que no era capaz de ver más que una difusa silueta
situada en la puerta—. Estás entre amigos.
Pensé entonces que, tal vez, el resto del ejército habría
llegado hasta el desfiladero. Que habrían aniquilado a los Hantings, y que la
mayoría de mis compañeros seguirían con vida. Todo eso pensé, sí, hasta que mis
ojos fueron adaptándose a la escasa luz, y la figura de la bella doncella que
imaginaba tener delante se transformó en la de una criatura azul y deforme, con
garras, que parecía sonreír mientras me observaba.
—No temas —repitió, aunque mi temor e inquietud aumentaban
más cada segundo—. Me llamo Yaara, pequeño extranjero.
Su voz rezumaba amabilidad, y eso me sorprendía. De la misma
forma que resultaba asombroso escuchar a un Hanting hablando la lengua humana,
ya puestos. Cuando por fin reaccioné, le dije mi nombre y le pregunté por el
motivo de mi cautiverio.
Resultaba que, después de todo, no era un rehén ni un
prisionero, aunque los Hantings no querían arriesgarse a dejarme suelto en su
ciudad por el momento. Yaara me contó la historia de su pueblo: cómo la falta
de pulgar y otras deformidades les habían impedido prosperar como civilización
evolucionada; cómo, lo que comenzó como una ayuda mutua, se convirtió en una
esclavitud por parte de los humanos; y, finalmente, cómo tomaron la decisión de
romper sus cadenas.
Yo escuchaba absorto, tanto por el contenido de su historia
como por la tersura de su voz, y no dejaba de preguntarme el porqué de mi
presencia allí. En un momento dado, Yaara me contó algo que no esperaba.
—Hay más humanos aquí —me reveló—, y es gracias a ellos que
hemos podido crear algunas mejoras en nuestra ciudad. El cerrojo que guarda
esta puerta es una de ellas.
La sorpresa dio paso a la indignación y a la ira. ¡Humanos
ayudando a los Hantings a masacrar humanos! ¿Es eso lo que querían de mí?
¡Antes moriría!
Me puse en pie, encendido por la rabia y olvidando mi
desnudez. Antes de que pudiera acercarme a tres pasos de Yaara, un par de
Hantings aparecieron detrás de ella y se abalanzaron sobre mí. Peleé con toda
la bravura que pude, sin dejar de ser consciente de la superioridad física de
esas criaturas. Sus garras atravesando mi piel y mi carne no me amilanaban, e
incluso llegué a asestar algún que otro mordisco sobre la resbaladiza piel de
aquellos seres.
—¡Dejadlo! —gritó Yaara—. ¿No sabéis lo que está en juego?
Los dos pequeños y ágiles Hantings se alejaron de mi caído y
maltrecho cuerpo nada más escuchar esas palabras, y admito que yo mismo me
sentí impelido a obedecer. Yaara se acercó a mí y puso una de sus garras/manos
en mi mejilla.
—Has de aprender mucho sobre los nuestros, y también sobre
los tuyos —señaló—. Solo entonces podrá llegar la libertad.
Aquellas palabras, que hoy resuenan en mis oídos, auguraban
un futuro mucho más aterrador que cualquier cosa de la que hubiese podido tener
conocimiento, hasta entonces. Sin embargo, lo que yo entendí fue que no podría
salir de mi celda hasta que me llenaran la cabeza de suficientes engaños y
mentiras como para querer trabajar a sus órdenes. ¡Qué equivocado estaba, y
cuánto dolor se habría evitado de haber muerto en ese desfiladero, junto a mis
compañeros de armas!
No hay comentarios:
Publicar un comentario